27 de octubre de 2008

"Mi vida sin mí": Coixet, el mundo y la vida


El cine encumbra de vez en cuando a ciertos directores que saben darle a sus películas un aire diferente, un estilo sofisticado. Es el caso de personajes tan famosos como Stanley Kubrick, Tim Burton o Jean-Pierre Jeunet (Amelie). Unos pocos privilegiados que saben hacer de sus filmes obras carismáticas, productos inigualables.

Y una de esas personas me parece Isabel Coixet, una de esas directoras que saben hacer de sus películas productos con sello propio, que pueden gustarte o no, pero que se diferencian del resto.

Ayer vi “Mi vida sin mí”, una obra maestra con todas las letras y mayúsculas: cine puro, sensorial, mundano, directo, sensible. Una de esas películas que el espectador no olvida, que cuando la nombran dices “ah sí, ya se cuál es”. Y la respuesta puede ser buena o mala, y reconozco que puede haber gente a la que su cine no guste, pero lo siento, no pertenezco a ese grupo.

Cierto es que hay que tener el día un poco “Coixet” para ponerse a ver una de sus películas. Uno de esos días en los que estás reflexivo, fuera llueve, y en casa haces calor bajo una manta. Y te apetece una de esas películas de pensar, de saborear frases, de identificarte con el/la protagonista, de mirar cada plano escudriñando su último mensaje.

“Mi vida sin mí” relata la historia de una joven, su marido y sus dos hijas, que viven en la caravana de al lado de la casa de su madre. No les da para más. Ella trabaja por las noches limpiando una universidad, él busca trabajo. Un día, los médicos le diagnostican un tumor que acabará con su vida dentro de tres meses. Desde entonces, comienza su inevitable trayecto hacia la muerte para tratar de tachar aquellos puntos que debe hacer antes de irse. Y prefiere que su familia no sepa nada.

Una película realista, hipnótica, que necesita de actores tan reales como la historia misma. Y en esa búsqueda, el papel protagonista no podía haber caído en mejores manos, la mujer que hace que su actuación sea sencillamente extraordinaria: Sarah Polley. Me he enamorado de esa mujer, me ha hecho olvidar por un momento a Leonor Watling e incluso a Scarlett. Tiene ese “algo” que hace de su personaje una mujer real, un trocito de vida filmado para todos nosotros, la belleza natural.

Y el resto de actores, que parecen haber nacido para hacer la película, están simplemente en los sueños de la directora. Un Scott Speedman (marido) entrañable y paternal, un Mark Ruffalo que emociona y conmueve en cada gesto, una Amanda Plummer (amiga) graciosa y desatascadora, una Leonor Watling (vecina) que hace años que ganó mi corazón, y una Deborah Harry (madre) profunda y misteriosa. Todo ello acompañado de dos niñas que se atreven con todo.

Y como decíamos antes, el filme tiene esa atmósfera singular, esa forma de filmar que da vida propia a la película. Planos cercanos, banda sonora sutil y sugerente, silencios que dicen más que cualquier palabra, emociones en cada plano.

Una película para dejar de quejarnos un poco de esta maldita vida, para saber que antes de preocuparnos por decir lo asquerosa que es, debemos esforzarnos en hacerla como queremos. Una patada que te hará levantarte del asiento o que quizá te dejará clavado en él, haciéndote preguntas que el colegio debería haberte despertado.

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