5 de abril de 2008

"El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder


Nos situamos en la década de 1930, cuando el cine sonoro se asentaba como nueva tecnología y relegaba al cine mudo a un segundo plano y a un pasado glorioso. Los actores mudos ya no servían, bien porque su voz no era la adecuada, bien porque sus capacidades interpretativas se reducían a la simple expresión facial.

Muchos se vinieron abajo, cayeron en la desesperación, desaparecieron de las carteleras... como una plaga, pero esta vez sonora. Bajaron de lo más alto hasta lo más bajo. Fue como si Brad Pitt, de repente, no pudiera actuar porque el cine ahora se hace en 3D.

Lo mudo era pues concebido como algo antiguo, pasado de moda. Lo nuevo ya no eran las imágenes con diálogos. No, ahora la gente quería más, y el cine mudo no se lo daba.

Así las cosas, gran parte de los actores (como Norma Talmadge, John Gilbert o Clara Bow) perdieron su encanto y no pudieron interpretar más papeles héroe o mujeres perfecta, porque la imagen de la gente en sus cabezas era la de personas que no hablaban. Verlas hablando resultaba extraño.

Y es en este contexto donde se desarrolla la gran película "El crepúsculo de los dioses". Una crítica a todos esos actores que se empeñaban en querer seguir siendo la estrella de la película, el personaje famoso admirado por todos.

Es también una reflexión sobre esos aires de grandeza que en Hollywood se llega a tener cuando uno no tiene muy bien amueblada la cabeza. Cuando los actores se separan del mundo terrenal y creen haberse convertido en dioses.


Es esta figura, la del actor mudo que pasa a un segundo plano y cree ser algo mítico y divino, la que nos trae a la pantalla el genial Billy Wilder. El papel lo interpreta Gloria Swanson, que da vida a Norma Desmond, una mujer paranoica que vive anclada en el pasado en una mansión intemporal con Max, su mayordomo (Erich von Stroheim). Es en ella donde Wilder descarga toda su rabia, y donde la actriz aprovecha para hacer una interpretación sublime y muy bien sobreactuada. Miradas frívolas, egocéntricas e hirientes salen de su rostro para reflejar a esas actrices que no quisieron asumir el paso del tiempo. La escena final es simplemente incontestable, magnífica, perfectamente cuidada hasta el detalle en un descenso de las escaleras que la devuelve al mundo de los mortales.

A su casa llega por azar Joe Gillis (William Holden), un mediocre guionista de Hollywood al que las deudas lo persiguen y las ideas no llegan. Aprovechándose de la mala imaginación de la actriz, que cree escribir un buen guión titulado "Salomé" en su supuesta vuelta a la gran pantalla, el guionista chupa del amor que ella le profesa para conseguir al final una ganancias estables. Es su personaje una mirada compleja al mundo del guión y las ideas en Hollywood, a la falta de intelecto y películas ingeniosas que cuenten algo distinto.

Es una película que hay que ver y de la que no quiero contar más para no destriparla. Quizá no sea el mejor filme del Mundo, pero sin duda es muy interesante ver cómo Billy Wilder, allá por 1950, dió un golpe en la mesa y dijo "señores, cambiemos esto o nos irá realmente mal..." Es el crepúsculo de los dioses.

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